Hace unos días acudía a estas líneas hablando de lo densa que se hace la vida cuando la enfermedad se instala en ella. Y en efecto, sin saberlo aún, pero sabiéndolo, esa enfermedad ya estaba instalada. Mi subconsciente ya sentía que algo no iba bien. Pero mi cuerpo no recibió hasta ayer el azote de la noticia.
Soy una persona profundamente sensible que aprendió a ocultarlo porque pocas veces me han sabido acompañar en esa sensibilidad. Aprendí a acompañarla yo, tras muchas capas de humor y un poquito de ese ingrediente que tanto nos gusta del “todo va bien”.
Desde que aprendí a leerme, pocas veces me he visto superada por esas emociones. Empezó a ser como una conversación con mi cuerpo, con mi niña interior, en la que todo solía estar claro: yo escuchaba y actuaba según lo necesitase. Sin embargo, en ocasiones, esta sensibilidad tan extrema te expone a un dolor tan profundo que arrasa el plano emocional y se vuelve físico. La sensación es de no poder sobrevivir a ese dolor que ha extendido sus raíces por todas tus entrañas. En esos momentos me ayuda respirar y pensar en una ola, una ola gigante, que según llega, por imponente y peligrosa que sea, se irá. Voy imaginándola mentalmente hasta que mi cuerpo, literalmente, se desbloquea.
El primer pequeño indicio de esto lo viví con 15 años, cuando desperté en los brazos de una veterinaria que me estaba dando glucosa tras un desmayo en la clínica al ver a mi perro sufrir. Ante el susto, mi madre me llevó a varios médicos; todo estaba bien. Esta condición tiene nombre y se trata de una respuesta física instantánea ante un fuerte estímulo emocional. Recuerdo las palabras del doctor: “Tu plano emocional y tu plano físico están fuertemente conectados, tan solo debes ser consciente y conocerte bien para prevenir respuestas como este desmayo”. Desde entonces me ha ocurrido en más ocasiones, tan solo con mis perros o las personas a las que quiero con toda mi alma.
Hace poco, con la muerte de mi perro, descubrí que mi cuerpo también es capaz de apagar ese dolor casi instantáneamente, bloquear de pronto esas emociones y recuerdos. Lo que no esperaba es que esas emociones bloqueadas durante meses llegarían en tropel, cual acequia desbordada, al escuchar tres meses más tarde a la veterinaria, al otro lado del teléfono, confirmar la sombra que sobrevolaba nuestra vida desde hacía ocho días. De pronto se hizo real. Acqua tiene cáncer.
Al colgar el teléfono, me senté sobre el borde de la cama, petrificada. No lloré, y sé que eso en mí no es algo bueno, es mi única forma de canalizar algo que sé que me va a desbordar. Me quedé con la mirada fija y mi cuerpo comenzó a temblar cada vez más. Estuve quince minutos sentada, temblando mientras las palabras de la veterinaria se repetían una y otra vez en mi cabeza. Mis dientes comenzaban a castañear, mi piel se erizó y sentí de pronto mucho, mucho frío. Parecía no entrar aira en mis pulmones.
Miré hacia el salón, mi perra - Acqua - dormía en su cama, aún recuperándose de la operación en la que le extirparon el tumor. No podía ser, habías vivido demasiado infierno para que esto ahora también te hubiera tocado a ti. Mi novio vino de pronto y, al ver mi cara desencajada, supo al instante lo que había pasado. Hacía días que todo giraba alrededor de esa llamada. “No, no, no…”, dijo corriendo hacia mí para abrazarme como quien teme que alguien se desplome en cualquier momento.
Rompí a llorar como sintiendo que cada célula de mi cuerpo perdía su energía, se desvitalizaba. Nos dejamos caer en el suelo, el silencio se hizo con la habitación entera. Acqua sintió algo extraño y vino con nosotros. Yo aún temblaba, ella me miraba angustiada, pidiéndome con la pata como siempre hace. Se quedó mirándome fijamente. Hace ocho años, cuando te encontré hecha un saco de huesos, te prometí que nunca más volverías a sufrir. Ante los mil escenarios que mi mente recorría, sentí el profundo dolor de no ser capaz de cumplir mi promesa. Sentí que no podía protegerte del sufrimiento que nos esperaba por mucho que hubiera dado la vida entera para lograrlo.
Siento como si hubiéramos estado ahí, los tres en el suelo, durante horas. Como si se hubiera parado el mundo en aquel momento, totalmente arrasados por la noticia. Pero había que recomponerse, la veterinaria nos había dado cita con el oncólogo para dentro de una hora.
Y así fue como nos fuimos poniendo capas, una tras otra, mientras nos vestíamos en silencio. “Hay que irse ya amor, es viernes y habrá atasco”, susurrábamos de cuando en cuando. Volver a pensar de pronto en cosas tan nimias y rutinarias como el atasco de los viernes en momentos así se hace casi distópico. Los quince minutos de trayecto en la furgo, esta vez al peor destino, se hicieron eternos. El silencio solo daba paso al ruido típico de Madrid. Todo estaba tan lejano.
Las salas de espera de los hospitales veterinarios siempre me han parecido lugares donde se respiran los extremos. A un lado, unas chicas jóvenes juegan felices con su nuevo cachorro de raza. A mi derecha, una señora mayor trata de calmar a una labradora también mayor cuyo estado salta a la vista, más aún en la mirada de la humana que en la fatiga física de la perra. Se acerca a olernos, Acqua le mueve el rabito y ella nos pide mimos. “Hola campeona” - la acaricio con un hilo de voz. La dueña esconde su dolor en bromas: “Hasta así quieres cachondeo, ¿eh?”, le dice. Yo admiro su entereza y el profundo vínculo que se palpa entre ambas.
Enfrente, un chico lleva en brazos a un perro con 17 años. Me recuerda al instante a mi pequeño. Nos mira, reconocemos nuestra pesadumbre, como acompañándonos en el silencio. De pronto, entra una señora con otro cachorro que pone la paz patas arriba. Un chico en el que no había reparado, me habla de pronto, sacándome de mi ensimismamiento: ¿Qué le pasa a esta preciosidad? Trato de sonreírle y respondo: “Un tumor que ha resultado ser cáncer”, digo con una frialdad que no reconozco. Él me mira sincero: “Ojalá todo vaya bien, seguro que os quedan muchas aventuras juntos”. Yo no soy capaz de responder, su frase me quiebra la voz. De pronto el oncólogo asoma en la sala de espera y llama a Acqua.
Al llegar a la consulta nos pregunta si es la primera vez que nos enfrentamos a un cáncer en perros. Por suerte, así es. Nos habló durante mucho rato, muy rápido, sobre la operación, el tumor, y muchas posibilidades. Demasiadas cosas que asimilar. El nombre estaba claro: era un sarcoma, pero necesitaban ponerle apellido para saber su agresividad y posibilidad de metástasis. Hay dos posibilidades, una mucho peor - y mucho más común - que la otra. Quería hacer millones de preguntas, pero le dije a mi mente: “Calma, vamos paso a paso”. Hasta dentro de siete a diez días no sabremos el dichoso apellido de este maldito cáncer, ni lo que nos depara.
En este escenario desaparecen los sábados, los domingos o los lunes. Cada día se convierte en un día más donde la palabra cáncer lo impregna todo, y nos obliga a vivir presentes en el hoy. De la tristeza comienza a surgir una rabia descomunal. Tú, que viviste el abandono, el frío y el hambre durante tanto tiempo, por qué te toca sufrir ahora esto.
Si algo hemos aprendido de ti es resiliencia, pequeña. Iremos paso a paso para darte la mejor vida todo el tiempo que puedas disfrutarla. Estamos contigo y vamos a por todas para ganar una batalla más de las tantas que has peleado. Y cuando estés recuperada de la operación, prometo que no faltarán los viajes y la playa que tanto amas. Una vez más, fuerza, pequeña.
Qué lindo cómo te expresas. De todo corazón espero que tu perrita esté sana y salva contigo, como debe ser. Se ve que le tienes muchísimo amor, eso es muy lindo. Me alegra que Acqua haya encontrado tanto amor en ti.
Muchas gracias por compartir tu experiencia con tanta sensibilidad y tacto. Muy a mi pesar no he convivido con perros, pero me habría encantado. Hace unos años mi familia fue tocada por el cáncer de mama, la persona sanó y ya todo bien, pero esa huella no se borra, así que comprendo y empatizo contigo y con tu familia. A mi también me pasa que gestiono casi todo con el llanto, y cuando no lloro es mala señal. Así me paso también con la noticia del cáncer en la familia. Me alegro de que Acqua haya encontrado una familia que la ama tanto, un saludo 💙🐉