La vida en stand by.
Qué densa se hace la vida cuando, sin esperarlo, da un vuelco. Sentir a cada instante cómo tu cuerpo se rebela a tener que habitar el día a día sin más. Hinchar tus pulmones y respirar profundo para atender la vida como un día más. Como si la vida no hubiera quedado en stand by desde que supimos los resultados de esa biopsia.
Nunca fui de planificar demasiado. Caprichosa la vida, que cuando sí tenía frente a mí la idea clara de viajar por el mundo, nuestro tiempo se tiñe de inquietud. Yo, que siempre fui una amante de la incertidumbre, me encuentro de pronto con una que amenaza con hacerse insoportable.
Trato de no investigar demasiado el diagnóstico a medias que ya conozco. Pero la periodista que recorre mis venas se revela. Tan solo hallo más tristeza. Tú descansas sobre tu cama. Tu pelo negro azabache contrasta con el blanco de la manta que abraza tu cuerpo.
El sol entra por la ventana un día más, ajeno a nuestras mundanas preocupaciones. Calienta mi piel. Trato de enfocarme en esa sensación para acallar mi mente. Respiro. Cierro los ojos y de pronto lo entiendo: creo que por primera vez la vida me da miedo. Ese pánico irracional de ver a quienes amas sufrir - aún más- el lado más injusto de la vida.
Mientras escribo, vienes a verme. Aún con los puntos de la operación recorriendo tu abdomen, y mírate. Sigues dándome lecciones. Llegas hasta mí divertida, jugando con la falda del edredón que cae a los pies de la cama. Me fundo en tu abrazo. Es un abrazo que cobija universos enteros. Y ese olor tuyo que tanto cura.
En mis cascos suena Ludovico Einaudi. Cada nota de su piano me eriza la piel, da salida a este torrente de pura rabia que se ha instalado en mí. Te lo prometo, pequeña. Tan solo estoy cargando fuerzas, vamos a exprimir cada instante juntas en este mundo.
Aún te queda tanto que disfrutar, mi pequeña guerrera. Sea como sea, vamos a por todas.