Vivir desde lo inhabitable
Cicatrices invisibles, heridas que laten en ti y sombras que siempre encuentran el camino de regreso a ti.
¡Hola! Soy Cristina Garay, periodista especializada en lifestyle consciente, viajes y sostenibilidad. En este rincón virtual encontrarás inspiración para vivir como sueñas, reflexiones sobre crecimiento personal, consejos sobre lifestyle consciente, mindset y viajes. ¡Suscríbete aquí para unirte!
🖋 El tema de hoy: reflexiones de la vida.
∞ Hoy te recomiendo: he descubierto un olor que me tiene obsesionada y hace maravillas con mi concentración: sándalo blanco.
🚐 Viajes: este fin de semana escapo a un pueblo de Segovia a disfrutar de la vida lenta.
🌿 Conscious tip: Escucha tu espacio. A veces, lo inhabitable no es un lugar físico, sino una forma de vida, una rutina o una mentalidad. Observa cómo te sientes en los espacios que habitas - tu casa, tu trabajo, tus relaciones -, si te asfixian, te drenan o te incomodan constantemente, tal vez sea hora de rediseñarlos o moverte hacia un entorno más alineado contigo.
👩🏻💻 Journal prompt. “Si mi vida fuera una casa, ¿qué partes me resultan inhabitables, necesitan renovación, más luz o tal vez una salida de emergencia?" 🏡🌿
🎶 Qué estoy escuchando mientras escribo:
Costura y Cuídate - Valeria Castro. Start again - Woodlock. I can’t hear it now - Freya Ridings. What have they done to us - Mako, Grey. Paint the town blue - Ashnikko. La apuesta - Alice Wonder.
Quédate, aunque el reloj se acerque a cero.
Cuídate, aunque sea contra el viento.
Valeria Castro suena en mis auriculares. Su voz no solo llena el aire; me llena a mí. Ella siempre es capaz de hacerme recorrer lo más inhabitable de mí misma sin que arrase todo a mi paso.
Porque hay rincones dentro de uno mismo que es mejor no recorrer a menudo. Están ahí, silenciosos, latiendo en la penumbra de lo inevitable. Son lugares que nacen de quienes nos aman con todo su ser y, sin embargo, nos duelen con la misma intensidad, puñalada tras puñalada, a lo largo de una vida. No siempre es deliberado. O quizá, en el fondo, sí. ¿Tenemos siempre elección? No lo sé. Una parte de mí, enterrada, vive sumida en un equilibrio perverso de preguntas que nunca conocerán respuesta. Porque no la hay, porque no la habrá.
Solo el eco de la herida sigue vibrando en ese abismo donde habita la incomprensión de la ambivalencia. Ahora te quiero. Ahora, unos minutos después, mi voz y mi mirada solo saben desterrar odio. Ahora te culpo. Ahora lloro, y te quiero. Ahora te grito.
Así lo llamaba de niña, creyendo –o queriendo creer– que nombrarlo sería el primer paso para entenderlo. Nunca lo hice. Nunca lo haré. Qué esfuerzo más titánico desterrar de ti aquello que desconoces, cuando habita cada rincón de ti. Cómo saber cuánto tiñe tus entrañas, tus acciones. Cómo saber, bajo la superficie, quién lleva el timón. ¿Soy el resultado de lo que pude salvar del naufragio? ¿Tan solo soy una reacción, una huída que perdió por el camino lo insalvable?
A veces me pregunto si, al amurallar lo que no nos permite avanzar, a veces nos hacemos un flaco favor. Huyo tanto del victimismo que siquiera en mi mente me permito el discurso del porqué. Pero cualquier compuerta puede ceder de pronto. Eso no está bajo mi control. Puede ser una frase, un tono, una mirada. Cualquier nimiedad puede hacer saltar el gatillo.
(Relacionado: Quizá ser fuerte sea aprender a quebrarse)
Y entonces ahí estarás, creyéndote libre mientras es tu sombra la que reacciona en tu lugar. Una bomba de relojería que, al menor indicio de volver a ese lugar, arrasará con todo a su paso en su intento de huida.
Con los años he aprendido a mirar de frente la devastación que dejaron esas cicatrices. No es fácil de asumir. Hay monstruos que, por más que entierres, por más que huyas, por más muros que levantes o nuevas vidas que inaugures en la otra punta del mundo, siempre encuentran el camino de regreso. Y nunca vienen en son de paz.
Aprendes a convivir con su sombra, a disimular el temblor en las manos, a domesticar el miedo. A veces crees haberlo conseguido. Hay días en los que respiras hondo y todo parece estar en su sitio. Pero basta un resquicio, una rendija mínima, para que el eco del pasado se cuele de nuevo y te de una visión de una vida devastada.
Porque ese dolor no grita, susurra. Se desliza en lo cotidiano, en una palabra mal dicha, en un silencio demasiado largo. En la manera en que ciertas miradas todavía te hacen retroceder un paso. No se ha ido. Nunca se va del todo.
Y entonces lo entiendes: no se trata de enterrarlo, ni de correr, ni de levantar murallas más altas. Se trata de aprender a mirarlo sin miedo. De sostenerle la mirada y seguir caminando, aunque sepas que su presencia seguirá aplastándote el pecho.
Aceptar que habrá días, a pesar de todo, donde el pesar te venza. Como si cada paso hacia adelante fuera un acto de pura resistencia, como si al respirar estuvieras haciendo un esfuerzo por construirte como tú quieres y no con los retales de lo que quedó.
Por el camino te das cuenta de que la verdadera lucha no es contra él, sino contra la tentación de rendirte. Contra el impulso de dejarte arrastrar por la corriente de lo que ya no puedes cambiar.
Y tal vez, en ese aprendizaje de vivir con su sombra, encuentras algo que nunca imaginaste: una especie de libertad. No la libertad que prometen los sueños, ni la que te venden en libros de psicología, sino una más humilde, más cruda, más real: la libertad de aceptar que esa parte inhabitable de ti te acompaña, pero que - a veces - tú decides cómo reaccionar ante su sombra. Y ese resquicio de esperanza es mi último pulmón. Lo único que queda para respirar hondo, tomar aire y, desde ahí, volver a construir.
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¡Feliz lectura! 🌊
Me encanta leerte y saborear tus textos, es como si fueras capaz de describir lo que mi alma siente…
¡Precioso!