Lo dejo todo: así empieza el viaje más importante de mi vida
Primero fue la noticia. Luego, la carretera.
¡Hola! Soy Cristina Garay, periodista y fotógrafa especializada en cultura, lifestyle consciente, viajes y sostenibilidad. En este rincón virtual encontrarás inspiración para vivir como sueñas, reflexiones sobre crecimiento personal, consejos sobre lifestyle consciente, mindset y viajes.
¡Me encantaría que te unieras!
🖋 El tema de hoy: este no es un post más. He estado ausente durante meses, no por falta de ganas, sino por una desconexión digital muy necesaria, temas personales que requerían toda mi presencia y una carrera contra el reloj para poder tomar, al fin, esta decisión.
∞ Te recomiendo hoy: Blanco White. Su música me ha acompañado obsesivamente desde que lo descubrí.
📚 Lectura para el café: Mañana es tarde, de Mónica Fernández-Aceytuno.
Estoy disfrutando de esta escritora como una enana.
🌍 Desde dónde escribo esta semana: desde casa. Silencio, libretas abiertas, cajas por hacer… y la calma tensa de lo que se está gestando.
🌿 Conscious tip: descubrimiento reciente: el limpiador natural de Zabon. Hecho en España, sin tóxicos y con aceites esenciales. Lo que usas también puede ser una elección consciente para cuidarte.
👩🏻💻 Journal prompt de la semana:
“¿Estoy realmente viviendo?”
🎶 Lo que suena mientras escribo: El Búho - Blanco White.
Siempre he fantaseado con la idea de dejarlo todo.
Romper con la inercia, salirme del carril, desaparecer un tiempo del mapa.
No por drama, sino por deseo: irme a viajar sin fecha de regreso, borrar calendarios, vivir ligero.
Lo curioso — o lo cruel — es que nunca imaginé cuánto llegaría a necesitarlo.
Porque suele pasar: el anhelo se convierte en necesidad justo cuando más difícil resulta alcanzarlo. Como si la vida tuviera un talento especial para ponerte contra las cuerdas justo cuando más falta te hace el oxígeno.
¿Cuánto tenemos que rompernos, desalinearnos, para atrevernos a cambiarlo todo?
Llevo dos meses en los que no sé si reír o gritar. Una especie de caos coreografiado entre lo personal y lo profesional, como un terremoto silencioso que sacude lento y continuo.
Y justo cuando decidí dar un paso atrás, trabajar solo cuatro horas al día y volcar mi tiempo en mí, pasó lo contrario: no fue el universo, yo misma me reí bajo la mesa y me lancé a una montaña de trabajo.
¿Por qué? Me di cuenta de que, si lograba aguantar el ritmo unas semanas más, podría permitirme algo parecido a un paréntesis. Un tiempo sin horarios ni notificaciones: un espacio para mí y para ella.
Ella, mi perra.
Mi brújula, mi calma.
Si lleváis un tiempo por aquí, sabéis que desde hace más de un año convivimos con la palabra maldita: cáncer.
Un tumor agresivo que no sabe — ni le importa — que ella es el alma de mi vida. Desde mis 14 años, mis perros (y los de las protectoras a las que dediqué tanto tiempo) han sido mi hogar, mi mástil, mi constante, mi familia.
Por eso, hace tiempo que lo supe: quiero disfrutar con ella cada día que nos quede. Porque el trabajo vuelve. El dinero se regenera. Incluso tu sitio en la ciudad, si te vas, te espera.
Pero el tiempo no. El tiempo no se recupera.
Y, si de algo estoy segura, es de que yo quiero llegar a los 80 — si tengo la suerte de llegar — sabiendo que estuve. Que fui. Que viví de ella. Que exprimí cada minuto de este milagro de tenernos.
Y entonces, cuando ya fantaseaba con la idea, llegó el jaque mate. La semana pasada, en la revisión oncológica, noté el cambio antes de que llegaran las palabras.
La cara del veterinario mientras hacía la ecografía lo decía todo.
Vemos algo raro en el hígado, pero queremos confirmar con un TAC.
El tiempo se detuvo de nuevo. Todavía no, por favor, rogué en mi cabeza.
Y después, el golpe seco:
Hay metástasis.
Lo más doloroso no siempre es el hecho. A veces son las expectativas.
Después de un año de remisión, fui a esa consulta convencida de que me dirían que podíamos cerrar capítulo. Soñaba, en silencio, con un viaje inolvidable, sin lidiar con los entresijos de un tratamiento que es veneno, pero menos veneno que el propio cáncer.
Con ella conmigo, más libre que nunca.
Pero en el fondo, en mí oía un murmullo que no se callaba.
Tal vez por eso trabajé tanto. Porque el cuerpo a veces siente las cosas que la mente no quiere mirar.
Este año he aprendido que mi dolor no nace del miedo a perderla. Es otra cosa. Es saber que no puedo evitarle el dolor. No poder quitarle de encima el sufrimiento.
Y eso me desgarra. Porque ya supo demasiado de dolor cuando vivía en la calle, con los huesos marcando el mapa de su cuerpo. Pasaban a su lado cada día docenas de personas y nadie se detenía. A nadie le importaba.
Pero eso ya es otra historia.
Otra rabia.
Hoy solo tengo clara una cosa: quiero parar.
Mirarla, acariciarla, caminar con ella bajo el sol de junio sin mirar el reloj.
Que el mundo siga girando vertiginoso mientras yo solo disfruto de ella.
Yo me bajo aquí.
No será un viaje idílico.
No habrá postales perfectas ni banda sonora de película. Será otra cosa. Algo más real, más frágil. Más valioso, también.
Porque —como tantas veces ocurre en la vida— dejé que se hiciera tarde.
Y ahora viajaremos con el tiempo medido no por el calendario, sino por su cuerpo. Por sus ganas. Por su energía al despertar. Por lo que digan sus ojos, su apetito, su forma de caminar ese día. Viajaremos al ritmo que ella dicte, porque ya no somos dueñas del tiempo, sino invitadas.
Y aunque buscaremos disfrute, ver la felicidad en tus ojos todas las veces posbles, sobre todo buscaremos descanso. Refugio. Estar juntas, lejos del asfalto, del ruido, de las obligaciones que nunca paran.
Estar en lo esencial.
En la hierba bajo los pies, en los amaneceres lentos, en los silencios largos donde nada falta.
En los paseos sin destino y en las siestas bajo árboles que no nos conocen.
Todo lo que siempre he amado, todo lo que a ella le devuelve un poco de paz.
Este año me ha enseñado más que cualquier universidad.
La periodista innata que hay en mí ha leído estudios, libros, foros, páginas médicas. He aprendido sobre células, sobre pronósticos, sobre esperanza.
He cocinado cada plato como si fuera alquimia. He contado gotas, medido dosis, ofrecido cada suplemento con una paciencia que ni sabía que existía en mí.
He aprendido a trabajar el doble en la mitad de tiempo para costear tu tratamiento, pero a la vez poder bajar el ritmo.
Bajar a tu ritmo.
A entender tu amor por la rutina, por lo pequeño.
Tú no pides nada más que estar juntos.
Y me lo has enseñado tan profundo que se me ha quedado grabado en los huesos: solo estar, solo ser, solo amar. Con eso basta.
Así que ahora empieza el viaje.



Un viaje que no sé cómo será, ni cuánto durará, pero que iré contando aquí, en estos textos. Porque dejo todo salvo esto. Salvo escribir.
Salvo Substack.
Hace poco, un amigo me dijo: “deja que te apoyemos”. Y esa frase me hizo temblar un poco. Porque sí, a veces cuesta más pedir ayuda que hacerlo todo sola.
Gracias a él he tomado la decisión de abrir los pagos en esta plataforma.
Pero no como se suele hacer. No habrá contenido exclusivo ni acceso limitado. Cada post seguirá siendo público, como siempre. Pero he encontrado la manera de que, quienes queráis y como podáis, me apoyéis como periodista independiente con la sencillez de quien invita a un café a alguien que, de algún modo, le acompaña.
No hay exigencias ni expectativas.
Solo el deseo de seguir narrando con la honestidad de quien escribe para inspirar, para entender, para ordenar o desordenar, y tal vez, tocar a alguien al otro lado.
Nos vemos en el camino. Con arena bajo las patas, con viento en la cara, con amor en los huesos.
Solo eso.
Y todo eso.
GRACIAS 🌻
☕️ Un café para apoyar mi trabajo
Si lo que lees aquí te acompaña y te inspira, puedes acompañarme en este viaje y apoyarme como periodista independiente de forma sencilla, como quien invita a un café a alguien con quien le gusta conversar.
Un café (1€/mes) para decirme: “Sigo aquí, leyendo, contigo.” 🤍
Dos cafés (2€/mes), para apoyarme como periodista independiente y permitirme dedicar más tiempo a este proyecto. ✨
Tres cafés (3€/mes), un abrazo mensual para ver hasta dónde podemos hacer llegar este proyecto independiente, íntimo y sin prisas. 🫶
Suscripción normal (5€/mes) para quienes pueden y quieren empujar más fuerte y ayudarme a seguir escribiendo con todo el alma. ❤️
Todos los textos seguirán siendo públicos. Porque escribir, para mí, es compartir sin condiciones. Pero si quieres apoyarme, estarás ayudándome infinito a dedicar más tiempo a construir este proyecto con una voz más libre, lenta y sin ataduras.
GRACIAS enorme a cada uno de mis suscriptores gratuitos, por estar.
Y a quienes puedan y quieran apoyarme: gracias de corazón por sostener este camino. Por ayudarme a seguir contando.
🖋 Quizá te guste
Kokoro: el secreto japonés para vivir mejor
La urgencia de vivir: reflexiones sobre la muerte y la vida plena
💬 Me encantará leerte
Cuéntame lo que te nazca en los comentarios, me encanta leeros.
Si este post te inspiró, únete a Lo que mi perro me enseñó, cuéntame en un comentario ❤️ y comparte esta reflexión con alguien que lo necesite.
¡Feliz lectura! 🌊
Se me ha clavado ese «porque ya no somos dueñas del tiempo, sino invitadas», porque la realidad es que el tiempo nunca ha entendido de dueños, por mucho que planifiquemos o nos contemos milongas sobre productividad. El rendirse que viene implícito en esa frase, Cris, es lo que me ha removido. Porque ante el tiempo, solo podemos hacer eso: rendirnos.
Otra enseñanza más que te deja Ella, y que tú nos dejas a nosotros. Gracias. A las dos.
Y muy buen viaje.
No hace mucho, apenas dos meses, mi querido Blau, me dejó en la estacada de manera fulminante. Un cáncer de hígado también. Y no lo vi, no lo vio nadie. En dos días malito, me dejó. A mí. Sola. En un último año idílico para él, de sanación para mí.
Blau fue mi compañero fiel en la soledad obligada por quien me abandonó. Siempre a mi lado, siempre pendiente de mí. A su manera perruna cuidó de mí. Y yo le di el mejor año de su vida. Pudo viajar, pudo disfrutar en familia y pudo, por fin, correr libre por la playa. Esa tarde en la playa soñé más tardes así. Esa tarde soñé que conseguía pasear con Blau y con mi hijo con autismo. Los tres. Mi familia. Sin saber que en un mes y medio se apagaría.