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🖋 El tema de hoy: un pequeño relato desde la quietud.
∞ Hoy te recomiendo: una escapada a un pueblo muy pequeño.
🚐 Viajes: nada a la vista, ¿alguna recomendación?
🌿 Conscious tip: haz espacio para el silencio todos los días.
Aunque el mundo esté lleno de ruido, lo esencial está en nosotros. En esos momentos de calma que creamos intencionadamente. Dedica al menos unos minutos al día para desconectar de las notificaciones, las tareas y las prisas. Ese pequeño acto puede recalibrar tu mente y devolver la claridad que a veces perdemos en el caos cotidiano.
👩🏻💻 Journal prompt. “¿Qué descubro de mi misma o del mundo que me rodea al permitirme esa pausa?” 🌿
🎶 Qué estoy escuchando mientras escribo:
Feel the energy - Sean Koch
Tecleo con prisa desde el asiento del copiloto.
Con esa agitación que deja la huella de mi enfado en las teclas: es un viernes cualquiera, un viernes de los que deberían oler a preludio de descanso, pero son las 11:00 de la mañana y ahí está, una vez más, el portátil abierto antes siquiera de haber llegado. Nos acercamos a la casa rural donde pasaremos el fin de semana, y yo arrastro —como siempre— la sensación de no haber sabido escaparme del todo.
Siempre, de forma intermitente, me visita esta quemazón que no se apaga. Me inquieta, me ronda la cabeza esa pregunta que aún no quiero formular: ¿hasta dónde puede llevarme este cansancio? ¿Qué decisiones me hará tomar? Porque, hasta en este rincón del mundo, donde el supermercado más cercano está a veinte minutos en coche, me han alcanzado los mensajes de trabajo a las 2:03 de la madrugada de un sábado. Algo que no llevo NADA bien. Pero esa es otra historia. O mejor dicho, otras mil.
Hoy solo quiero escribir sobre la calma. Sobre el silencio. Sobre la vida que sucede despacio, sin notificaciones, sin prisas impostadas. Y sobre lo imprescindible que es, a veces, obligarnos a encajarla en el calendario como quien cuela un último sorbo de café antes de salir de casa.




Me detengo en la conversación que flota en el coche, entre el vaivén de las curvas y el ritmo de la radio. Algo no encaja: delante de nosotros no está la casa rural que alquilamos.
Me río ante lo imposible de nuestra solución en una ciudad como Madrid: aquí el pueblo es apenas cuatro calles cruzadas por el viento, así que decidimos recorrerlas con calma, dejando que el instinto haga su trabajo. La encontramos en cinco minutos. Así, sin mapas ni pantallas, sencillamente mirando alrededor, explorando, observando.
Nos recibe con esa luz pura que se filtra entre las vigas de madera de sus altos techos. Cerramos la puerta. Qué silencio. Qué maravilla.
Reparo en la biblioteca del salón. La mirada resbala entre los lomos de los libros y encuentro dos de mis favoritos, como esperándome. Ojalá leerlos todos antes de marcharnos, pienso. Ojalá que el tiempo aquí se rinda y se quede quieto.
Y, de algún modo, sucede. Sin avisar, otro ritmo se instala en mí, como un nosequé que enreda sus raíces en tu prisa, bebiéndose la urgencia. De pronto las manillas del reloj parecen respirar con más calma. Nada sucede y, a la vez, todo sucede con un fulgor distinto, más nítido, más vivo.
Recorro la casa. No hay nada que disfrute más que sentir los lugares, no hay placer más hondo que habitar uno con todos los sentidos. Este olía a vida bien vivida, a tardes largas, a conversaciones que se viven junto al fuego. A leña, a hoguera, a tiempo compartido sin prisa.
El timbre interrumpe el silencio. Abro. Al otro lado, un hombre de rostro amable, de esos que llevan la bondad escrita en la piel, me sonríe.
- Hola, soy del bar del pueblo, - dice, y reparo en lo maravillosa que esa presentación: no un bar, el bar.
- Traigo un detalle de la casa - añade, ofreciéndome un plato con una tortilla recién hecha.
La dejo sobre la mesa y entonces la veo: una nota escrita a mano.
"Que disfrutéis mucho vuestra estancia, muchas gracias por vuestra visita", reza.
Leo. Sonrío. Hay lugares que te abrazan con su gente, cuánto extraño esa sensación en la ciudad, pienso, dejando que el instante me envuelva. Decido coger la cámara y recorrer las calles despacio, descubriendo ese lugar que, siendo tan pequeño y pareciendo tan vacío, tanto acoge.




Paseo sin prisa, dejando que el lugar me cuente sus historias, cuando un rincón me detiene. Algo en él me llama, como un susurro. La puerta, entreabierta, reza un sencillo Abierto. Empujo con suavidad y entro.
De inmediato, el aire cambia. No sé cómo describirlo. Un microuniverso donde el tiempo parece transcurrir a otro ritmo, donde todo —cada objeto, cada sombra, cada aroma— destila un encanto difícil de explicar.
Frente a mí, una pequeña tienda improvisada: productos dispuestos con el descuido calculado de quien entiende la belleza. Unos pasos más allá, mesas desperdigadas con una armonía que no se mide en centímetros, sino en atmósfera. La decoración no se mira: se respira.
Al fondo, una mujer de pelo blanco, corto, me sonríe con la calma de quien ha entendido algo esencial. "Hola", dice, y en su voz hay una promesa de hogar.
Era imposible no quedarse. Pedir un café, demorarse, escuchar el murmullo del lugar. Y, simplemente, observar.
Y así, sin darme cuenta, algo dentro de mí cede. Como si este rincón perdido en el mapa tuviera el don de desatar los nudos invisibles que cargo en la espalda. El café humea entre mis manos mientras contemplo la escena: el tintineo pausado de las cucharillas, la cadencia de las voces bajas, la vida ocurriendo sin estridencias.
Tal vez sea esto lo que andaba buscando sin saberlo. Un respiro. Un espacio en el que el mundo no me reclame nada. Un sitio donde el tiempo se mide en sorbos y no en tareas sin hacer. Respiro hondo. Y en ese instante, tan fugaz como eterno, siento que, por fin, he llegado.
Y no es a ningún sitio, sino a mí misma.
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¡Feliz lectura! 🌊
Si que llegó. Yo vivo encantado con España y al leerte me trajo muchos lindos recuerdos de cuando estuve por Segovia, Toledo y Madrid. Todavía cargo con parte de mis notas.
Paralelo a las nubes
Vi como me alejaba
Y por más que lo ocultara
Ya extrañaba tu suelo.
La aventura mi consuelo,
Y mis deseos de conocer cultura
Podrán sonar a locura
Que está claro, que como tu, ninguna.
Madrid
Entre tus edificios arquitectónicos
Me hospedé.
Entre ellos las calles
Con nombre de gigantes.
Me regalaron un momento icónico.
El ritmo, la extensión, las imágenes. Todo está bien en este texto. Me recordó la sensación que me dejó un lugar donde estuve hace poco: La Carolina, San Luis, Argentina.