Quizá ser fuerte sea aprender a quebrarse
Ser vulnerable no es una debilidad, sino una de las mayores fortalezas humanas. Aprende a aceptar tus grietas, romper con gracia y encontrar belleza en la imperfección.
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🖋 El tema de hoy: una pequeña reflexión.
🚐 Viajes: mi viaje por Barcelona en camper está siendo un auténtico fiasco, me he puesto enferma y ha habido muchos cambios de planes, así que me temo que tendré que posponer lo de contaros las maravillas de esta zona.
🌿 Vida sostenible: cuando viajo, siempre utilizo apps de carsharing para hacer el viaje más ameno y sostenible.
👩🏻💻 Journal prompt: ¿Me he detenido a pensar en la huella ambiental, social o económica de mis viajes?
Hace unos días, una gran amiga que la vida me regaló durante mi tiempo en Alemania, me contó de pronto que se divorciaba. La noticia me dejó fría, como si el tiempo se hubiese detenido por un instante.
Apenas un año atrás, la observaba radiante, envuelta en la magia de su boda, celebrada en el corazón de un bosque. Recuerdo aquel tipi indonesio erguido en mitad del claro, las luces titilantes entre las ramas y las palabras más bonitas que jamás escuché en una ceremonia.
Mientras escuchaba el relato de lo sucedido, una oleada de emociones me envolvió: incredulidad, tristeza, ternura… Pero, sobre todo, una profunda admiración. “Tenía que romperme ahora para no desmoronarme aún más con los años”, susurró. Y en su voz no había miedo, sino la serena certeza de quien elige salvarse a tiempo.
Días más tarde sigo anclada en esa frase, en un intento por desconectar del ruido constante del mundo y simplemente estar en lo importante. ¿Y si la fortaleza que tanto veneramos no es lo que creemos? ¿Y si ser fuerte no significa resistir sin tregua, sino aprender a rompernos? ¿Decidir rompernos?
Desde la infancia nos enseñan a temer las grietas. Nos inculcan que la entereza es un ideal inquebrantable, que la vulnerabilidad es una falla en la armadura. Nos piden ser firmes, inmutables, como estatuas de mármol ante la tormenta.
Sin embargo, nadie nos explica qué implica, en verdad, esa fortaleza. ¿Es soportar con una sonrisa imperturbable el peso de todo? ¿Es fingir que nada nos duele mientras, en silencio, nos desmoronamos?
La verdadera fortaleza no radica en la rigidez, sino en la flexibilidad. La esencia de la resistencia es, en realidad, la fluidez del agua, que se adapta, que encuentra caminos invisibles entre las rocas, que cede sin rendirse.
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Las grietas nos hacen humanos
Hubo un tiempo durante el cual intenté encarnar ese ideal de fortaleza incuestionable: ser alguien que nunca titubea, que siempre tiene respuestas, que mantiene el control de cada aspecto de su vida.
Pero pronto descubrí que aquel esfuerzo me drenaba, que sostener una fachada impoluta es como construir un castillo de arena: basta un soplo, un mínimo temblor, para que todo se derrumbe.
Fue entonces cuando comprendí algo esencial: las grietas no son defectos. Son cicatrices, mapas de nuestra historia, testigos silenciosos de nuestro crecimiento. Y, como en el arte del kintsugi, son también los resquicios por donde la luz se filtra y nos ilumina desde dentro.
Aceptar que podemos quebrarnos no es un acto de debilidad, sino el gesto más puro de valentía. Porque solo cuando reconocemos nuestras fisuras podemos empezar a reconstruirnos, no solo más fuertes, sino más auténticos.
La suavidad como fuerza
A menudo confundimos suavidad con fragilidad, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Piensa en la arcilla: es maleable, dúctil, capaz de transformarse sin perder su esencia. Y, sin embargo, en las manos adecuadas, se convierte en algo resistente y hermoso.
Creo que las personas somos como la arcilla. Poseemos la capacidad de adaptarnos, de moldearnos según las circunstancias, de fluir en lugar de resistir. Ser suaves no significa carecer de límites o dejarse arrastrar por el viento; significa aprender a danzar con la vida en lugar de pelear contra ella.
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Pequeños pasos para abrazar tu suavidad
No existe una fórmula exacta para reconciliarte con tus grietas, pero aquí tienes algunas ideas que pueden guiarte en el camino:
Permítete sentir. No reprimas tus emociones, aunque sean incómodas o difíciles. Sanar empieza con dejar de esconder lo que duele.
Busca momentos de calma. En un mundo que nos empuja a correr sin tregua, detenerse es un acto de resistencia. Hazle espacio al silencio.
Sé amable contigo mismo. Si consolarías a un amigo, ¿por qué no hacer lo mismo contigo? Háblate con ternura.
Acepta que romperse es parte de la vida. Todos atravesamos tempestades, y está bien no tener todas las respuestas.
Recuerda tus límites. La flexibilidad no implica ceder ante todo; puedes adaptarte sin perder tu esencia.
La paradoja de la fortaleza humana
Somos un caos fascinante: frágiles y resistentes, suaves y firmes, rotos y completos al mismo tiempo. Esa amalgama de contradicciones es, precisamente, lo que nos hace humanos.
Así que, cuando sientas que te estás resquebrajando, no te castigues. Recoge tus piezas con paciencia, reconstruye a tu propio ritmo y recuerda que cada grieta cuenta una historia.
Tal vez la fortaleza más genuina no radique en resistirlo todo, sino en aprender a habitar nuestras grietas con dignidad y belleza.
El arte de fluir
La naturaleza misma nos ofrece una lección invaluable: los árboles más resistentes no son los que se mantienen rígidos ante la tormenta, sino aquellos cuyas ramas se mecen con el viento, adaptándose sin quebrarse. El río no detiene su curso ante una roca; la bordea, la acaricia y sigue su camino sin perder su esencia.
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Así también nosotros deberíamos aprender a fluir. En lugar de resistirnos a los cambios, podríamos aceptarlos como parte del viaje. En lugar de aferrarnos a lo que nos lastima, podríamos soltar con gratitud. Y en lugar de temer nuestras propias grietas, podríamos ver en ellas la oportunidad de ser más luminosos, más humanos.
La suavidad, lejos de ser una fragilidad, es una fortaleza silenciosa. Un recordatorio de que la vida no se trata de construir muros impenetrables, sino de abrir puertas, de permitirnos sentir, de aprender a doblarnos con la brisa en lugar de rompernos con la tempestad.
Porque, al final, no es la rigidez lo que nos sostiene, sino las raíces que se hicieron más fuertes ante las tormentas, y nos regalaron la capacidad de seguir danzando a través del tiempo.
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Gracias por esta reflexión, Cristina. Tengo la imagen mental de ser un junco, de tener la flexibilidad para resistir la fuerza de la corriente. Las cicatrices siguen ahí, pero también se mueven y adaptan.
Y además de la necesidad de ser flexible como un junto, no puedo obviar cuan de acuerdo estoy contigo en que sin vulnerabilidad no hay fortaleza y en la necesidad de dejar a un lado esa necesidad de controlarlo todo, esa rigidez para poder crecer, subsistir, aprendernos, para transitar cada vez mejor la incomodidad. Precioso texto Cristina ❤️ Lo tenía pendiente para leerlo por una referencia en otro post tuyo anterior y no había habido manera hasta hoy!!