20 razones para hacer un detox digital (y cómo me cambió la vida hacerlo)
Así me ha cambiado la perspectiva desconectarme de redes sociales durante dos meses.
¡Hola! Soy Cristina Garay, periodista especializada en lifestyle consciente, viajes y sostenibilidad. En este rincón virtual encontrarás inspiración para vivir como sueñas, reflexiones sobre crecimiento personal y consejos para vivir más consciente. ¡Suscríbete aquí para unirte!
🖋 El tema de hoy: el tema más votado del último post, mi experiencia tras dos meses fuera de las redes sociales y minimizando el uso del móvil al máximo - incluso metiéndolo en un cajón gran parte del día.
∞ Hoy te recomiendo: tratar, al menos, de ser consciente de si vives con el móvil pegado a ti cada minuto.
🚐 Dónde estoy: os escribo esta vez desde un pueblito costero cercano a Oporto (Portugal) y cada vez más enamorada de esta tierra.
🌿 Conscious tip: haz espacio para el silencio todos los días.
Aunque el mundo esté lleno de ruido, lo esencial está en nosotros.
👩🏻💻 Journal prompt. “¿Estoy decidiendo dónde pongo mi atención y siendo consciente de mis distracciones?” 🌿
🎶 Qué estoy escuchando mientras escribo:
Sí, vuelve a ser Blanco White. 😅
Keep it simple.
Cuando vivía en Alemania, solía repetirme esa frase constantemente para asegurarme de no desalinearme. Los cambios de país a veces remueven tanta tierra que tienen el acierto de hacer que te cuestiones quién eres, y esa era mi frase boomerang. Mi vuelta a mí.
Siempre fue una pequeña oda a la simpleza de lo importante en la vida: el amor, tu gente cercana, cuidar la salud y disfrutar, tratando de hacer el bien por el camino.
Ese pequeño mantra, keep it simple, se me ha colado en lo digital.
Un respiro en la era de la hiperconectividad
Hubo una época, no tan lejana, en la que el teléfono sonaba poco y las conversaciones se guardaban en la memoria, no en pantallas. Las fotos eran menos, pero tenían más peso. Y nadie, absolutamente nadie, tenía la obligación implícita de responder a todo al momento.
Lo normal ahora es estar disponible a todas horas. Se da por hecho. No solo por elección, sino por sistema: si trabajas por tu cuenta, si tu mundo social pasa por grupos de WhatsApp o si, simplemente, tu presencia online forma parte de tu identidad profesional o personal, desconectar se convierte en una especie de desafío imposible.
Es curioso cómo incluso el término estar disponible significa tener libre tu tiempo para que esté al servicio de los demás. No estar disponible para los demás, es decir, pegado al móvil y a tu ordenador, incluso aunque solo sea durante un par de horas, es algo inconcebible para muchas personas.
Así fue mi experiencia: dos meses desconectada de redes sociales
Llevo mucho tiempo peleándome con esa forma impuesta de habitar nuestros días, pero no fue hasta hace unos meses, cuando intuí que se acercaba una época en la que necesitaba exprimir cada minuto de mi día, cuando decidí apagar al máximo el estado de ruido y alerta, ese zumbido de fondo constante al que nos hemos acostumbrado. Salir por un rato del flujo constante de información, actualizaciones, mensajes, notificaciones y exigencias externas. Silenciarlo todo. Ver qué pasaba.
Estuve más de dos meses fuera de redes sociales y del móvil (este último lo máximo posible, porque hacerlo al 100% ya no es ni compatible con el trabajo). Este es un resumen, muy íntimo, de lo que ocurrió. O mejor dicho: de lo que aprendí mientras no ocurría nada.
1. El silencio, al principio incómodo, luego refugio
Los primeros días sin redes fueron como estar en casa y no encontrar las llaves. Me faltaba algo. No sabía bien el qué. Pero a los pocos días, ese silencio se convirtió en una casa con ventanas abiertas, luz suave y tiempo sin fragmentar. El murmullo de fondo de las notificaciones era como una radio encendida desde hace años, y de repente todo se apagó. Pero ese silencio no era vacío, era espacio. Un espacio que poco a poco se convirtió en refugio, en descanso, en posibilidad.
2. Redescubrir el placer de sentir sin distracciones
En lugar de distraerme con el móvil mientras tomaba café, empecé a saborearlo. Literalmente. El aroma, el calor en las manos, el sonido del vapor. Me reencontré con los gestos pequeños, con la experiencia sin escenografía. Descubrí que algo tan cotidiano como mirar por la ventana sin esperar nada también es una forma de estar viva. Y que no hay nada más íntimo que experimentar sin compartir.
3. La presencia en lo cotidiano
Barrer, cocinar, caminar sin rumbo. Sin música, sin podcast, sin multitarea. De pronto todo tenía textura. Peso. Presencia. Las manos en el agua caliente mientras lavaba los platos. El sonido de mis pasos en el suelo. Las pausas entre una cosa y otra. Me di cuenta de que no hacía falta ningún extra para que la vida se sintiera plena. Bastaba con estar.
4. Aprender a no estar disponible sin culpa
Nunca he respondido en el momento en lo laboral. La mayoría de las veces, en lo personal, ni siquiera el mismo día. Estos meses he ampliado el tiempo de leer WhatsApp a varios días. ¿Qué pasó? Nada. Y a la vez, todo: algunos amigos notaron mi ausencia y se preocuparon, pero en general mis conversaciones solo fueron en persona y ganaron profundidad. Las llamadas se volvieron más sinceras. Empezamos a hablarnos sin prisa. Aprendí a dejar que los mensajes esperasen. Tardar en responder no es falta de cariño por la persona que escribe, sino respeto por tu momento presente.
5. El tiempo se expande cuando lo proteges
Sin notificaciones, sin interrupciones, el día se volvió más largo. Más amable. Pude leer durante horas. Caminar sin destino. Escribir por placer. Lo que antes parecía inalcanzable por "falta de tiempo" empezó a suceder. Y entendí que el tiempo siempre había estado ahí: solo lo tenía secuestrado por lo que los demás me demandaban.
6. No estar en todo no significa estar fuera de la vida
Tuve miedo de perderme algo. Pero no ocurrió. El mundo siguió girando sin mí, y yo volví a conectar con el mío: más pequeño, más tangible, más real. Me perdí cosas, sí. Actualizaciones de estado, stories de cenas, noticias de última hora. Pero gané presencia. Y al final, nada de lo que me perdí era esencial.
7. El cuerpo agradece la pausa digital
Dormía mejor. Respiraba más profundo. Se me fue esa tensión constante en la mandíbula. A veces el bienestar es solo una suma de cosas que no haces. Dejar de estar alerta. Dejar de revisar. Dejar de intentar llegar a todo. El cuerpo, agradecido, se ajusta. Recupera su ritmo.
8. Crear sin pensar en compartir
Escribí sin intención de publicar. Dibujé. Tomé fotos que no mostré. Y sentí algo muy parecido a la libertad. Me di cuenta de cuánto había condicionado mi creatividad el hecho de estar conectada. Sin el juicio anticipado del algoritmo, lo que surgía era más honesto. Más mío.
9. Las noticias pueden esperar
No sabía qué pasaba en el mundo, y al principio, como periodista, eso me incomodó mucho. Pero luego descubrí algo: no toda la actualidad es urgencia. A veces, estar al día no te hace más consciente, solo más sobresaturado. A veces, lo más revolucionario es dejar de mirar un rato hacia fuera para mirar hacia dentro.
10. La belleza existe sin más
Una rama rota. El primer tomate del verano. Las sábanas recién tendidas. Cuando dejas de mirar el mundo a través de una pantalla, vuelve a tener profundidad. La belleza no necesita ser vista para existir. Somos nosotros los invitados para aprender a disfrutarla. O para perdérnosla entre pantallas. Tú eliges.
11. Afinar la atención
Como cuando un instrumento suena ligeramente desafinado y de pronto, una cuerda bien tensada lo transforma todo. Cada aplicación borrada, cada chat silenciado, era una nota que volvía a su sitio. Afiné mi atención. Volví a estar en mi centro.
12. Los límites, compromiso contigo mismo
A veces lo más generoso que puedes hacer es poner un límite. Decir: ahora no. Después sí. Pero ahora, no. Porque estar sin estar, cumplir por cumplir, responder sin presencia... no es cuidado. Es desgaste.
13. La intimidad resurge espontánea
Una amiga me llamó llorando para quedar. Otra me mandó una carta, era un dibujo de acuarela que se ha convertido en mi objeto favorito. Recuperamos una manera preciosa de estar cerca. Menos inmediata, pero más real.
14. La prisa perdió sentido
Me di cuenta de que no quería hacer más cosas, sino hacerlas mejor. Con más intención. Con más alma. Ya no quería llenar los huecos, sino dejar huecos. No quería llegar antes, sino llegar distinta.
15. El silencio abre nuevos espacios
Aparecieron ideas. Un deseo de moverme, de cambiar cosas. No desde el estrés, sino desde el deseo. Porque el ruido tapa, pero el silencio revela. Cuando dejas de reaccionar, puedes empezar a crear. Desde otro lugar.
16. El cuerpo recuerda otras maneras
Pedía estirarme. Dormir. Comer sin pantallas. Escucharme no como quien se analiza, sino como quien simplemente se acompaña. Como si el cuerpo recordara otra forma de vivir, más amable.
17. El tejido social está hecho de hilos invisibles
Los vínculos verdaderos no se rompen porque no contestes un mensaje. Al contrario: se fortalecen cuando dejas espacio para lo importante. Cuando vuelves y ahí siguen. Cuando entienden.
18. No somos nuestro contenido, nuestra productividad
No soy lo que publico, ni las interacciones que recibo, ni el algoritmo que me posiciona. Soy, y ya está. Aunque no esté. Aunque no produzca. Aunque no actualice.
19. La desconexión compartida une
Empecé a hablar con otras personas que también habían hecho pausas. Descubrí que no estaba sola. Que esto no es moda, ni tendencia: es una necesidad colectiva. Un impulso compartido hacia otro ritmo.
20. Volver de otra manera
Volví, sí. Pero no igual. Ahora quiero decidir siempre cuándo y por qué. Ahora sé que no pasa nada si no estoy. Porque aprendí algo esencial: no quiero estar conectada, quiero estar despierta.
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¡Feliz lectura! 🌊
Yo estoy intentando dejar WhatsApp; tengo las notificaciones silenciadas y no lo uso hasta las 12 de la mañana. Aún así, es complicado dejar de comunicarte con ciertas personas de otra manera. Estoy en el punto de priorizar las llamadas y el correo electrónico. Me encanta saber qué hay otros como yo, hartos del mundo online. Me da esperanza 😃. Un artículo genial, por cierto.
Resueno mucho con lo que compartes, Cristina. Muchas gracias.
Llevo una temporada sintiendo mucho ruido mental y eso me ha llevado a borrar mi única red social del teléfono. También a borrar newsletters, incluyendo en Substack. No soy experta y mi uso de esta plataforma es limitado, pero comienzo a ver patrones propios de Instagram: fotos con updates diarias buscando el “like” fácil, sin profundidad, y notas y más notas hablando de seguidores, algoritmos y estrategias. No es que haya nada malo en ello y puedo entender qué puede llevar a alguien a hacerlo, pero simplemente no es para mí y me satura.
Y eso es lo que más siento, saturación y por eso agradezco espacios como el tuyo.
Es muy empoderador decidir qué consumir, cómo y cuándo, y sobre todo, saber parar.
Y Portugal es un paraíso ☺️