8 consejos para vivir sin tóxicos
Guía rápida para ser más conscientes de nuestro bienestar y evitar, en la medida de lo posible, esa pandemia invisible que nos rodea.
¡Hola! Soy Cristina Garay, periodista y fotógrafa especializada en cultura, lifestyle consciente, viajes y sostenibilidad. En este rincón virtual encontrarás inspiración para vivir como sueñas, reflexiones sobre crecimiento personal, consejos sobre lifestyle consciente, mindset y viajes. ¡Me encantaría que te unieras!
🖋 El tema de hoy: una guía rápida para ser más conscientes de los tóxicos que nos rodean.
∞ Hoy te recomiendo: utilizar limpiadores sin tóxicos en tu hogar, ¡si te interesa pregúntame!
🚐 Viajes: como os contaba en el post anterior, ya hemos arrancado el viaje y esta semana os escribo disfrutando de mi amado norte de España.
🌿 Conscious tip: revisa lo que consumes, tanto física como mentalmente. Vive de manera consciente al elegir lo que entra en tu cuerpo, pero también en tu mente. Rodearte de lo positivo y saludable te permitirá vivir con más paz y claridad.
👩🏻💻 Journal prompt: “¿Cómo puedo crear más espacio para lo que me nutre de verdad?”. 🌿
🎶 Qué estoy escuchando mientras escribo: Breathe Me - Sia, Weightless - Marconi Union, Sunflower - Rex Orange County.
Nos contaron que el progreso era la meta.
Que la vida moderna era más cómoda, más higiénica, más eficiente. Que bastaba con avanzar y consumir para vivir mejor. Y avanzamos, claro que sí. Y a gran velocidad.
Pero, como escribe la bióloga Elisabet Silvestre en su libro Vivir sin tóxicos, “hemos levantado tan deprisa la sociedad del consumo y del bienestar que no nos ha dado tiempo a tomar conciencia de los posibles efectos secundarios que entraña para la salud del medio ambiente y de las personas”.
Y ahí estamos. Con coches eléctricos pero aire irrespirable. Con champús perfumados y tiroides alteradas. Con alimentos abundantes pero llenos de conservantes. Con wifi ultrarrápido, pero sistemas nerviosos saturados.
¿Qué hay tras el espejismo del bienestar? Silvestre lo explica con claridad y ciencia: en pocas décadas, hemos inundado el planeta, y nuestro cuerpo, con sustancias químicas creadas por la industria humana: los llamados agentes antropogénicos.
Son disruptores hormonales, biocidas, metales pesados, aditivos, microplásticos. Entran por la piel, por la boca, por el aire. Se acumulan. Y a veces se quedan durante años.
Desde la Revolución Industrial, se han sintetizado más de 110.000 sustancias químicas nuevas. La mayoría, sin evaluar adecuadamente sus efectos a largo plazo sobre la salud humana.
Peor aún: muchas de estas sustancias, que nos parecen tan normales hoy (como los ftalatos, el bisfenol A o los compuestos perfluorados), nunca estuvieron en contacto con el cuerpo humano en el transcurso evolutivo.
Somos los primeros en experimentarlos a gran escala, y lo estamos haciendo sin instrucciones ni aviso. Somos conejillos de indias a gran escala.
La cara oculta del progreso
Nuestra búsqueda constante de la salud contrasta con el estilo de vida que hemos adoptado desde la sociedad occidental actual. Infinidad de trastornos y enfermedades graves nos acechan mientras nos olvidamos de promover todo aquello que conlleva salud. Y el gran reto, a día de hoy, tiene que ver con que la salud depende del entorno, del medio ambiente. Y, este, también está enfermo por nuestra culpa.
Los entornos a los que nuestro organismo estaba acostumbrado han cambiado readicalmente en muy pocas décadas, y ahí es donde surgen los problemas, porque nuestros sistemas de adaptación no pueden hacer frente a tantas amenazas nuevas a la vez.
Hemos pasado en pocas décadas de una vida rural a ser urbanitas. El progreso y la industrialización, junto a muchos factores muy positivos, trajeron consigo también un gran cambio en las industrias y en nuestro estilo de vida.
La aparición de la agricultura y la ganadería intensiva se apoyó en los fertilizantes, pesticidas y piensos con sustancias químicas nuevas. A la par, se fue aumentando la utilización de combustibles fósiles, el sedentarismo y la vida y el trabajo comenzaron a suceder, cada vez más, en espacios interiores.
También la irrupción de las telecomunicaciones y todos los sistemas inalámbricos que copan nuestras vidas desde hace una década, seguido de un ritmo acelerado que nos ha llevado de cabeza a que la comida procesada llene los estantes de los supermercados y de nuestros hogares.
A ellos llega también la cultura de la asepsia: miles de bactericidas y desinfectantes contra los microorganismos, incluso en los tejidos de nuestra ropa. Hasta las sartenes en las que cocinamos se han llenado de plásticos.
Nuestro organismo es una máquina increíblemente adaptativa. Pero también lenta. El entorno que lo rodea ha cambiado más en los últimos 70 años que en los anteriores 70.000. Y eso tiene un precio: aparecen trastornos que no sabíamos nombrar hace unas décadas. Alergias, intolerancias, trastornos metabólicos, infertilidad, enfermedades autoinmunes. Y nuevas sensibilidades emergentes, como la sensibilidad química múltiple o la electrosensibilidad.
“Vivimos rodeados de una carga invisible de sustancias químicas, físicas y biológicas que interaccionan entre sí y con nosotros. La ciencia ya ha demostrado que la salud humana está íntimamente ligada a la salud ambiental”, advierte la autora.
La mochila tóxica
Cada uno de nosotros lleva una carga: la mochila tóxica personal. Es la suma de todas las exposiciones, grandes o pequeñas, a tóxicos ambientales a lo largo del tiempo. Esa mochila empieza incluso antes de nacer (el feto ya puede estar expuesto a ciertos contaminantes a través del cordón umbilical) y se va llenando con nuestros hábitos, elecciones, ambientes y productos cotidianos.
El problema no está solo en lo que usamos una vez. Está en lo que usamos cada día: el detergente, el desodorante, el plástico del tupper, el ambientador, la pintura de la pared, el colchón que compramos sin mirar los compuestos, el agua del grifo. Como alerta Silvestre, las dosis consideradas “seguras” pueden no serlo cuando las exposiciones son repetidas, múltiples y de por vida.
Así, cada vez son más las personas afectadas por problemas de salud derivados de los tóxicos que nos rodean. Aprender a relacionarnos de forma más saludable con nuestro entorno se vuelve cada día más crucial, y solo puede hacerse a través de la concienciación para hacer un buen uso de las nuevas tecnologías, así como utilizar productos de limpieza del hogar, utensilios de cocina y de higiene personal más saludables.
Nuestros hábitos de vida cotidianos pueden ser saludables con pequeños cambios conscientes en los mismos. Este viaje de conocimiento es crucial para saber identificar los factores de riesgo ambiental para nuestra salud.
“El gran reto al que nos enfrentamos cuando nos planteamos llevar una vida más saludable gira en torno a la constatación de que la salud depende en gran medida del entorno en el que vivimos, y está en estrecha relación con la salud del medio ambiente”, afirma Silvestre en su libro.
¿Dónde están esos tóxicos?
En todas partes. Pero sobre todo, donde menos lo esperamos:
1. En el hogar
Silvestre define el hogar como una “tercera piel”. Es decir: el entorno inmediato en el que vivimos, dormimos, comemos, respiramos. Y lo cierto es que muchos hogares y oficinas hoy están enfermos.
El síndrome del edificio enfermo afecta a miles de personas que experimentan síntomas diversos (dolor de cabeza, irritación ocular, cansancio crónico…) por la mala calidad del aire interior.
El 30% de los espacios de trabajo presenta altos niveles de contaminación interior, según el libro.
Los materiales de construcción, muebles, alfombras, pinturas o moquetas pueden emitir compuestos orgánicos volátiles.
Productos de limpieza, insecticidas, desinfectantes, ambientadores, textiles tratados con retardantes de llama o antimicrobianos.
2. En la alimentación
El uso masivo de plaguicidas y fertilizantes sintéticos en la agricultura industrial, sumado a aditivos, colorantes y edulcorantes artificiales, ha transformado el contenido de nuestro plato.
Comer en un plato lavado con un detergente con tóxicos puede hacer que esos residuos pasen a la comida. Igual que cocinar en una sartén antiadherente degradada puede liberar perfluorados.
3. En los productos de higiene personal
Muchos champús, geles, cremas, desodorantes o maquillajes comerciales contienen sustancias como parabenos, siliconas, formaldehído, fragancias sintéticas, talco o aluminio. La piel no es una barrera infranqueable: es una vía de entrada.
4. En la tecnología que usamos
Vivimos conectados, pero no hablamos del efecto biológico que podrían tener las señales inalámbricas, los móviles, ordenadores, antenas, pantallas… Algunas personas desarrollan trastornos psicológicos o hipersensibilidad electromagnética y no encuentran comprensión médica ni institucional.
¿Y ahora qué? Volver a lo esencial
Vivir sin tóxicos no es una cruzada ni un castigo. No se trata de renunciar, sino de elegir mejor. Es un viaje de conocimiento, una vuelta a lo esencial. No se logra de golpe, ni falta que hace. Se empieza con un gesto: mirar la etiqueta, cambiar un producto, abrir una ventana.
Aquí algunas ideas sencillas y poderosas:
Ventila tu casa a diario (aunque sea en invierno).
Sustituye limpiadores convencionales por limpiadores sin tóxicos.
Evita ambientadores artificiales: casi todo lo que tiene fragancia (a no ser que sea de aceites esenciales), tiene tóxicos que inhalamos continuamente.
Usa cosmética natural y ecológica. Revisa muy bien las etiquetas de lo que pones en tu piel.
Cocina con utensilios seguros: acero inoxidable o vidrio.
Reduce el plástico en tu cocina, sobre todo con calor y alimentos grasos.
Apaga el wifi por la noche. Usa cable cuando puedas. No duermas con el móvil en la mesilla.
Compra menos, pero mejor: ropa duradera, sin tintes tóxicos, sin pesticidas, sin perfumes añadidos.
“Tan solo mediante la educación y la divulgación podremos aprovechar los avances tecnológicos sin comprometer nuestro organismo biológico”, recuerda la autora.
Una revolución discreta (pero radical)
Sí, las políticas van tarde. Por eso conviene ir cogiendo las riendas de nuestro bienestar. La regulación de tóxicos aún está plagada de vacíos. La industria, por razones obvias, prefiere la opacidad. Pero eso no significa que estemos indefensos.
Tan solo mediante la educación y la divulgación sobre este tema, dando pautas para evitar esta exposición tóxica, podremos aprovechar los avances tecnológicos sin comprometer a nuestro organismo biológico.
Este movimiento es silencioso, pero imparable. Es el de las personas que revisan sus rutinas, cuestionan lo aprendido, abren los ojos y toman decisiones distintas. No por miedo. Por amor: a la salud, a los hijos, al planeta, a uno mismo.
El minimalismo, la sostenibilidad, la salud integrativa, la cosmética natural, la alimentación ecológica… Todos estos caminos convergen aquí.
En lo esencial. En vivir con menos ruido, menos prisa, menos tóxicos. Más presencia. Más vida.
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¡Feliz lectura! 🌊
Qué interesante, Cristina. Es un tema que me llama mucho la atención. Llevo tiempo dando pequeños pasos no solo por mi amor y respeto hacia la naturaleza y sus recursos, pero también porque soy muy sensible a estas cosas: piel que se irrita, dolor de cabeza… Como si mi cuerpo fuera un radar de espacios “enfermos”.
Llevo un tiempo usando suavizante y detergente natural para lavar la ropa (eco y además lo rellenas y así reutilizas la botella - un win-win) pero ese gesto se está haciendo cada vez más caro. Y unido a todos los otros gestos, a veces se hace insostenible (juego de palabras ^^). Sin embargo, no quiero que sea el precio lo que me lleve a dejar de usar estas opciones, pues lo considero como una forma de perpetuar y darle la razón, o aceptar, lo que el sistema nos ofrece/impone.
Así que me gustaría preguntarte si sabes de alguna receta (o libro/web) que explique cómo hacerlo yo en casa. Esta revolución consiste en empoderarnos, creo yo. Muchas gracias desde ya 🙏🏼
Me he quedado con la duda de si tienes alguna publicación que trate sobre los trastornos psicológicos o hipersensibilidad electromagnética, o si puedes aconsejarme dónde hallar información verídica al respecto.